12 marzo 2006

Publican crítica de "Bajo un sol negro"

Acá hay una crítica en el estupendo sitio de Pily B. acerca de mi libro "Bajo un sol negro".

http://www.ccapitalia.net/ngc/critica/literatura/pilyb/solnegro.htm

Ella es mi "editora virtual" desde diciembre de 2003, además de ser una gran seguidora (y escritora) del género de ciencia ficción. Desde aquí le agradezco sus palabras acerca de mi obra y los invito a que le den un vistazo.

Pensamientos en la punta del cerro

Este es un texto que escribí el domingo 21 de febrero de 1993, mientras observaba la puesta de sol desde el cerro San Cristóbal (situado dentro de la ciudad de Santiago) a los pies de la Virgen de piedra que corona la cumbre. Era un día extraño: cierta neblina diluida como si fuese otoño y un estado de ánimo muy particular, algo depresivo y melancólico. Es un buen ejemplo de las locuras que uno puede llegar a escribir cuando está motivado de extrañas maneras. A ver qué les parece.



Estoy en la cumbre del cerro San Cristóbal y veo al Sol ocultarse tras el horizonte. Mientras eso acontece, giro de vez en cuando el rostro hacia Santiago. Qué extraño. El hormiguero humano no me inspira nada. Veo surgir las primeras y tímidas luces entre los repliegues de la ciudad, semejantes a insectos nocturnos que inician su vuelo. Qué extraño. Lo único que me emociona es el viento frío que roza mi cuerpo. (El disco luminoso está casi totalmente oculto). Las personas derivan a mi alrededor, envueltas en sus propios asuntos y comentarios: las parejas abrazadas, los turistas, los niños correteando... y los visitantes de costumbre que dirán: "otra vez vino el loco que escribe y escribe en su libreta". (El Sol ha desaparecido). Qué extraño.

Creo que distingo algunos rostros "habituales" en el lugar, no lo sé. ¿Tú también, muchacha de pelo negro, vienes a contemplar el espectáculo? ¿O tú, anciano de mirada perdida, nos hemos encontrado antes? ¿Por qué me eres conocido, niño de ojos negros? Tal vez algunos de ellos estuvieron aquí la memorable noche de Año Nuevo y, como yo, se deleitaron con los fuegos artificiales de la torre Entel. Qué extraño. Ahora que el astro rey se ha ido sólo perduran sus rayos luminosos surgiendo del horizonte; no sé si él (el Sol) lo hace para aferrarse todavía de nuestros cielos o si (por el contrario) lo hace a modo de despedida. No, claro que no, el Sol es nada más que una estrella de tipo espectral G, sin vida propia. Pero no por eso dejo de sentir algo extraño. No por eso dejo de percibir la tibieza acumulada en estas piedras que me sirven de asiento, una tibieza que recuerda el calor del día que se va. A cada instante que transcurre la temperatura disminuye un poco más. La gente empieza a retirarse.

El ambiente es de tranquilidad, aunque un tanto... un tanto vacío, seguramente por mi vacío interior. (Detrás mío se alza el monumento de la cristiandad y algunos le elevan plegarias; cómo los compadezco). Observo en dirección a Santa Rosa sin ver nada especial, quizás porque sepa que estás lejos de aquí. Luego, dirijo mi mirada hacia La Florida y creo percibir algo de la esencia de mi amigo Oscar. Después miro el horizonte y está oscuro; el Sol se ha ido.

Hay un manto de bruma en esta tarde de domingo y creo que es mejor, ya que puede servir de cortina a todo lo que hay de fondo, a todo lo íntimo que existe dentro de nosotros y que pugna por emerger; pero que a veces es mejor confinar. Y dentro de mí hay un Teobaldo que intenta abrirse paso hacia la superficie. Y es él el que se manifiesta en ocasiones como ésta, pues pareciera que gusta de la meditación, la contemplación y la melancolía, dosificadas en extrañas proporciones. Oh, sí, casi lo siento a mi lado, dictándome lo que debo escribir, alentándome a enviarle mis palabras a otro ser que es como yo, a otra persona (una de las pocas) que me entiende. Es como el Teobaldo que me reprocha el no haber hecho todo lo posible por haber logrado mis objetivos.

"¿Es que estás ciego y no ves lo obvio?", me pregunta él y yo respondo: "No, no quiero esas ideas". "Pero ya están", replica, "ya están y sabes que son ciertas; las sabes porque conoces tus capacidades". Suspiro y argumento: "La vida nos da muchas sorpresas y a veces nos coloca trampas. Luego, mis extrañas ideas pueden ser una de esas trampas". Creo oír su risa antes de escuchar: "En los últimos meses te has puesto demasiado perceptivo como para saber cuándo estás equivocado. ¡Admítelo!". Me digo que en verdad es muy insistente y sólo añado: "De acuerdo; empero hay cosas que necesitan de tiempo y ésta es una de ellas". El otro Teobaldo, mi otro yo, nada dice y se retira, satisfecho al parecer con su victoria de hoy día. Por mi parte, noto que las piedras van perdiendo su calor.

Un vistazo a mi reloj me señala las 21:18. Está oscuro y las estrellas guiñen sus ojos en el cielo. Poca gente queda ya en las escalinatas de la Virgen. ¿Tendrán ellos en estos instantes pugnas consigo mismo como yo? No lo sé; nunca lo sabré y tampoco tiene importancia, pues es sólo otra loca idea de mi mente. Esa gente camina hacia sus vehículos para volver al hogar del que salieron. Me dispongo a imitarlos, aunque... aunque hay algo en este sitio que me ata a él. Quisiera poder permanecer un tiempo más, porque pese al frío es grato estar aquí. "Mañana tienes que trabajar", me susurra al oído el otro Teobaldo antes de retirarse definitivamente y no puedo menos que encontrarle razón. Sí, hay que marcharse y pronto iniciaré el camino de bajada a pie (quizás sea el único idiota que se quedó hasta esta hora sin vehículo). Me iré silbando o cantando alguna canción; algo se me ocurrirá para llenar esa hora hasta la entrada al cerro. Acabo de reunir fuerzas y guardo mi lápiz.