10 febrero 2007

Ha muerto Carlos Raúl Sepúlveda

El día de ayer ha muerto mi gran amigo y colega escritor Carlos Raúl Sepúlveda Contreras, con quien me unía una amistad que se alargaba por alrededor de quince años.

¿Quién era él? Uno de aquellos Famosos Desconocidos que suelen poblar nuestro mundo. Tenía 65 años de edad, de profesión profesor, poeta, escritor de ciencia ficción, Presidente de la Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción (SOCHIF) y un soñador empedernido. Fue un inagotable promotor de la literatura fantástica, siendo uno de los pocos que publicó un libro del género en la década de los ochenta en Chile (“El dios de los hielos”, 1986). Creador del fanzine “Quantor”, una publicación hecha con mucho esfuerzo y empeño, en donde vi por primera vez mi nombre en letras de molde en la presentación de artículos y relatos. Sus libros “El dios de los hielos”, “El tren de los curados”, “En el barrio Bellavista”, “Orión, mensaje estelar”, “Vagamundos” y el reciente “La puerta negra” nos demuestran su inagotable empeño por hacer prender la llama de la literatura en Chile. Lo sobrevive un libro inédito de poemas románticos del cual me habló no hará tres semanas, cuando lo vi con vida por última vez en su casa.

Cansado de luchar con imprentas que no sabían confeccionar un buen libro, aprendió el método para hacerlo y, así, creó Ediciones de la Golondrina, modesta aventura editorial que consiguió imprimir libros a precios más reducidos, totalizando más de un centenar de publicaciones de todo tipo en casi dos décadas.

Le debo mucho en lo personal, pues él fue el responsable de que “saliera del clóset” literario y me diese a conocer como escritor, algo que hasta el momento era una mera distracción sin mayores fines. Su frase “tú escribes bien, saca un libro, yo te enseño” fue la detonante de mis incursiones literarias. Me enseñó todo el proceso de edición, gracias al cual he podido confeccionar mi segundo y tercer libro yo solo. Me dio el impulso inicial, la aceleración necesaria para el despegue que me ha hecho llegar hasta el otro lado del mundo con mis escritos y eso es algo que nunca olvidaré, siempre le estaré eternamente agradecido.

La vida a menudo nos recuerda lo perecederos que somos, siempre está enviándonos mensajes en donde se hace alusión a nuestro destino inevitable. Derivamos por esta existencia azotados por los obstáculos que la vida nos coloca. Y Carlos Raúl tuvo muchos de esos obstáculos: Fue detenido y torturado durante el gobierno militar, su hermano mayor pasó a engrosar las listas de los detenidos desaparecidos, la diabetes lo acosaba, sufrió miserias y desdichas, pero siempre, siempre, luchó contra la adversidad y no se dejó llevar por ella. Mas su salud física no le permitió seguir adelante: un ataque cerebral y un coma diabético lo dejaron hospitalizado, para después ser incapaz de reconocer a sus seres queridos; se vio forzado a respirar artificialmente mientras caía en coma; sus riñones se negaron a funcionar bien, lo cual motivó la necesidad de diálisis constantes. Ante ello, el fin era inevitable y todos lo sabíamos. Pero el término “inevitable” no palia en modo alguno la sensación de pérdida, sobre todo cuando se considera que es un fin injusto para alguien que dio tanto de sí y nunca le fue reconocido.

No puedo más que rendirle mi sencillo y sincero homenaje a este gran amigo y escritor que nos ha dejado, que ha dado el paso final hacia la eternidad, volviendo su cuerpo a la tierra que nos cobija.

Tengo una pequeña —y ustedes dirán “tonta”— satisfacción: él leyó mi relato “Ficción Científica”, en donde se reconoció en el papel de Raúl Contreras, una ucronía irónica en donde abordo el humor hacia el género. Le dije una vez: “Te voy a hacer famoso con este relato”. Pero ahora, en vez de fama, se ha convertido en un homenaje a su persona. ¿Ven como la vida nos da vuelta a su antojo, la manera en que ironiza con nuestra existencia? Ahora uno, en medio de la pena, reflexiona sobre lo que nos motiva, lo que nos impulsa, aquello que gana o pierde con el transcurso de los años, las vivencias diarias… y todavía tenemos camino por recorrer.

Perdonen lo largo que pudo ser mi texto, pero quería decirlo, quería gritar a los cuatro vientos lo sucedido, dando los detalles relevantes; no podía quedarme callado, pues mi amigo no se lo merecía. Hay personas que dejan huella en la vida de uno y él fue una de esas personas. Que sirva esto, en última instancia, como un recordatorio de que es bueno estar dispuesto a luchar por los sueños cueste lo que cueste, que las palabras son lo mejor que un escritor puede legarle al mundo cuando lo hace con dedicación y amor por el arte.

Ahora, hay que trabajar, hay que seguir escribiendo, pues —como dice el antiguo refrán— el show debe continuar y su empeño es algo digno de imitarse.

Adiós... o hasta luego, Carlos Raúl.

Algunas fotografías:



Durante el lanzamiento de “La puerta negra” el 7 de diciembre de 2006 en la sede de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH).



De izquierda a derecha: Edgar Unger, autor de “Herencia”, Carlos Raúl y yo en el lanzamiento de nuestros libros el 4 de noviembre de 2005.

06 febrero 2007

Preludios a la Fundación de Asimov

He leído en enero dos libros que son las “precuelas oficiales” de la saga de la Fundación de Isaac Asimov:

—“El temor de la fundación”, Gregory Benford.



— “Fundación y caos”, Greg Bear.











Ambos están entre mis autores favoritos, pero pese a eso no lograron convencerme con sus historias acerca del particular universo creado por el patillas. ¿Por qué? Pues porque considero que tratan de justificar lo injustificable, aquellos errores debidos a las limitaciones de la época que hoy en día no son comprensibles. Se trata de hacer calzar forzadamente las ideas de una galaxia sin otros seres vivientes más que los humanos; los robots, también, son dejados de lado, aunque se intenta una explicación que
—a mi modo de ver— no es convincente. En realidad, el gran error fue juntar dos sagas que nada tenían que ver: la de los Robots y la de la Fundación, usando un pegamento de lo más artesanal (sería como usar nuestro tradicional engrudo para pegar las paredes de una casa).

Benford rellena interminablemente con las recreaciones artificiales de Voltaire y Juana de Arco, quienes se lo pasan discutiendo de cuestiones filosóficas y morales que en poco o nada aportan al argumento. Su descubrimiento de los alienígenas en medio de las redes informáticas del Imperio es la excusa más tonta que he encontrado acerca del motivo de la inexistencia de otras razas en la galaxia. Peor aún, el mismo autor se autoplagia descaradamente, pues esos alienígenas artificiales son sospechosamente parecidos a la civilización mec de su estupenda Saga del Centro Galáctico.

Bear, en cambio, adopta un enfoque más práctico y su trama se deja llevar por el sendero de la vida de Hari Seldon en los tiempos previos a la creación de la Fundación. Es más dinámica, pero también noté el gusto por tratar de justificar los errores en la lógica de la historia, dando interminables rodeos para hacerle comprender que un telépata podía arruinar su cuidadoso plan de la psicohistoria.

Los dos libros me dejaron una sensación que me trae a la mente aquella vieja frase: “El papel aguanta todo”. Lo siento, como escritor valoro el esfuerzo involucrado, empero como lector apenas lograron sacarme el aburrimiento, inclusive, me salté páginas para no seguir eternamente con los libros.

Fue un error, insisto, aquellas historias debieron quedarse como estaban o, a lo sumo, seguir escribiéndolas con las mismas premisas de antaño, sin tratar de meter con calzador explicaciones que no tienen mayor lógica ni sentido.

Dudo mucho que lea algo más de lo “nuevo” de las Fundaciones.