21 junio 2010

Cuando se fueron los vecinos

Observó a la mujer gorda meter apresuradamente una gran maleta en el portaequipaje del coche, encontrando divertida la manera en que ella empujaba el bulto. En cuanto terminó, se le unió la hija, una adolescente de dieciséis años que vestía unos pantalones sueltos y calzaba zapatillas chillonas. Ambas discutieron acaloradamente acerca de un bolso que la joven llevaba. La madre gesticuló y al fin lo arrojaron entre la maleta y el respaldo de un asiento. La pareja se veía tan estúpida como siempre, sólo faltaba el esposo y su eterna seriedad en todos los momentos.

Mientras volvían a la casa en busca de más pertenencias, recordó a los anteriores vecinos, mucho más normales, no tan... ¿cómo era el término de moda aquel?... frikis, eso, no tan frikis. Supuso que el bolso de la hija contendría la espantosa colección de música rock que guardaba —y peor aún, escuchaba— en su pieza. También supuso que en la maleta irían las figuritas de plástico que la madre tenía repartida por toda la casa (figuritas de extraños personajes de ojos grandes y pelos parados, además de otros con colas, garras y colmillos, toda una oda al mal gusto).

El padre se hizo presente acarreando un enorme estuche de esos en los que cabían quinientos CD’s, el cual iba hinchado y con su capacidad sobrepasada. Con certeza serían todas esas óperas que tenía en el estudio. Además, llevaba una gran mochila llena de ropa, desde la cual se asomaba el mango de un violín. El tipo se creía con talento para la música y —en más de una ocasión— lo había incordiado al son de lo que parecía una Sonata Para Gatos Borrachos. A veces se preguntaba si el sonido producido era porque usaba el agujero del instrumento para otros fines. Bah, ¿qué importancia tenía eso ahora? Se iban a toda prisa, eso sí era importante. Ya no tendría que soportarlos. Pero lo bueno era que solía molestarlos de vez en cuando a modo de desquite. Sonrió al recordar esos momentos en que les gritaba al oído cuando estaban junto a la verja que separaba las casas, haciéndolos saltar de susto. Y así como eso había más, aunque no parecía haberlos amedrentado en lo más mínimo durante los últimos tres años. Le pareció extraña la urgencia que tenían en esos momentos.

Bien, se iban, pero no podía resistirse a hacerles una última jugarreta. Se deslizó por sobre la verja y entró a la casa por la abierta puerta trasera. Escuchó al hombre poner el motor del vehículo en marcha, por lo cual se dio prisa al recorrer el pasillo. Alcanzó a ver la espalda de la mujer antes de percatarse de que la adolescente salía casi trotando de su pieza. Se colocó emboscado en la entrada de la cocina y, cuando la joven pasó a su lado, le acarició la espalda al tiempo que decía con voz cavernosa:

—Que te follen.

La afectada dio un grito y perdió el control, tropezándose antes de llegar a la puerta de la casa. Logró sujetarse de una mesita que había junto a la entrada, se giró y junto con escupir al aire gritó:

—¡Que te follen a ti, cabrón de mierda, púdrete en el infierno!

Tras lo cual abandonó la vivienda en medio de las carcajadas de su interlocutor. Entró en el automóvil y partieron velozmente hacia la calle. Se perdieron colina abajo, tomando la primera curva sin disminuir la velocidad.

Fue hacia el living, en donde un encendido televisor mostraba las imágenes de un político que daba un enérgico discurso frente a un parlamento a medio llenar. Le hizo un gesto obsceno, pues odiaba a los políticos desde el siglo anterior, y salió al ahora desierto patio delantero de la vivienda. El día estaba despejado y sólo unas lejanas nubes entorpecían la visión. Las demás casas del sector, en la ladera de la colina, se veían vacías. Más abajo estaba la ciudad, si bien lo que allí sucedía poco le importaba.

Bien, volvía a estar solo. No sabía cuándo vendrían nuevos habitantes a la propiedad y —lo más curioso de todo— se dio cuenta de que la familia había abandonado algunas de sus pertenencias. Qué diferencia con los anteriores arrendatarios, quienes se llevaron hasta el último periódico comprado; a esos sí los echaba de menos, pues en algunas ocasiones pudo llegar a conversar tranquilamente con ellos. Al irse les había deseado suerte de todo corazón.

Volvió a su casa, que ahora parecía más solitaria que de costumbre. Se quedó en la entrada, recordando todos los años vividos en ella. No solía ser nostálgico, no obstante, en ciertas ocasiones la soledad lo abrumaba lo suficiente como para añorar otros tiempos, otras personas, tanto parientes como amigos, que conoció en otro tiempo, otra vida. Un par de horas transcurrieron en medio de esos pensamientos, hasta que un trío de helicópteros pasó a toda velocidad por sobre la colina. Era extraño, nunca había visto a esas aeronaves comportarse así, además de que estaba prohibido el tránsito por esa zona residencial. Durante unos instantes pensó en quejarse, mas luego se dio cuenta de lo inútil que sería. ¿Quién le iba a hacer caso a un...?

Un súbito destello en la ciudad lo sobresaltó. Era un gran fogonazo enceguecedor que fue seguido por una enorme bola de fuego, la cual se expandió velozmente hasta consumir casi toda la urbe. No pasó mucho tiempo hasta que la onda expansiva azotó la colina, derribando las viviendas e incinerando sus restos. Miles de seres vivos cayeron bajo la deflagración, convertidos en cenizas al instante. El suelo tembló con una violencia nunca antes vista. Escombros y algunos vehículos fueron expelidos por sobre la cima de la elevación y arrojados al otro lado de ella. Un enorme hongo de fuego se creó sobre la ciudad. En menos de un minuto el paisaje estaba irreconocible.

Bajó los brazos que por instinto había subido para protegerse el rostro. Observó alrededor. Nada. Sólo restos carbonizados o en llamas quedaban de lo que una lejana vez fue su hogar. Las casas de los vecinos estaban en idénticas condiciones. Ningún ser vivo se movía por el lugar. Sabía lo que era la energía atómica; pero nunca se imaginó que la presenciaría en vivo... o, mejor dicho, en muerto.

Se preguntó qué diablos podría hacer un espíritu en una tierra devastada por un holocausto nuclear.