Dray trabajaba en el laboratorio del gran mago Towald Trigenistus. Había sido aceptada como segunda ayudante el mes anterior y estaba ansiosa por colaborar con el hombre a
efectuar sus artes mágicas en aquel amplio sótano. En realidad, era un gran laboratorio, en donde la magia afloraba por doquier, tanto en la forma de sutiles vibraciones como en la presencia de extraños
libros y objetos, algunos de los cuales parecían tener vida propia. La paga no era mala y le servía para ayudar a las necesidades de su hogar y para sus estudios.
—Dray, pásame la poción Nº5 —pido Trigenistus con su voz seria y profunda que lo caracterizaba.
La joven inmediatamente acató la orden de su amo. En cuanto el frasco estuvo en manos del mago, ella se apartó respetuosamente del mesón de trabajo. Una gran
fuente de metal, cuya tapa yacía al lado sobre la madera, contenía una misteriosa sustancia en perpetua ebullición. Trigenistus murmuró un encantamiento en una lengua desconocida y luego arrojó
una piedra negra dentro del recipiente. Dray lo observaba todo con sus enormes ojos muy abiertos, siempre curiosa con respecto a lo que acontecía ante su vista.
Hubo una gran llamarada que emergió de la fuente y elevó la temperatura del laboratorio en varios grados, pero esa sensación de calor desapareció tan
pronto como había llegado. Ahora numerosas chispas brotaban de la sustancia que había detenido su ebullición. El mago permaneció recitando algunos encantamientos más y luego de algunos minutos
le puso la tapa a la fuente.
—No mires, Dray —le dijo a la joven mientras señalaba la fuente.
—Sí, señor —aceptó ella.
—Saldré a buscar unas hierbas que necesito para mi siguiente hechizo —informó Trigenistus, colocándose una capa y cogiendo su báculo metálico
incrustado de piedras mágicas—. Ten la bondad de limpiar el laboratorio; luego, puedes servirte té y bocadillos a tu elección.
—Así lo haré, señor, gracias por vuestra generosidad.
El hombre le acarició el despeinado cabello y subió las escaleras.
—No mires —murmuró Dray, pero la inquietud la corroía.
Empezó a barrer el piso, evitando acercarse al mesón. Sin embargo, cuando hubo completado la limpieza del piso tuvo que forzosamente acercarse a la misteriosa fuente.
Se detuvo, pensativa, recordando los otros experimentos que había presenciado y por los cuales había recibido la misma recomendación de mantenerse apartada. Siempre le llamó la atención el
resultado de los experimentos mágicos de Trigenistus, aunque hasta el momento no había visto el contenido de la fuente.
—No mires —volvió a murmurar mientras barría debajo del mesón y sus grandes ojos miraban de reojo la fuente.
Un suave golpe que provenía del interior del recipiente la alertó. Eso no había sucedido antes, nunca escuchó que… Ahí estaba otra vez, empero
ahora un poco más fuerte. Se apartó un poco del mesón al tiempo que asía firmemente el palo de la escoba. Otro golpe más.
—Debo esperar a mi amo —dijo en voz alta para darse ánimos.
Un nuevo golpe resonó en la soledad de laboratorio.
—Amo, vuelva pronto —dijo con el corazón latiéndole de inquietud.
Tres golpes después fue incapaz de contenerse y se acercó a la fuente. Cuando sonó un nuevo golpe, aproximó la cabeza con lentitud hacia la tapa. Los
golpes cesaron, sin embargo, su curiosidad se había desbocado y no le era posible contenerse por más tiempo. Miró asustada sobre su hombro, sabedora de que iba a hacer lo prohibido, y suavemente movió
menos de un centímetro la tapa. Y el asombro la paralizó. Esperaba ver destellos multicolores, objetos multifacéticos, joyas encantadas o algo por el estilo, no obstante, ante sus ojos apareció
la figura de un pequeño gatito.
—Qué minino tan lindo —comentó.
El felino maulló de una manera que la conmovió profundamente. Se veía tan pequeño, tan indefenso, tan tierno que no pudo resistirse más y abrió
la tapa casi en su totalidad. Unos ojos negros y brillantes, semejantes a los propios, la miraron con agradecimiento.
—Ven aquí —pidió la joven estirando sus brazos.
El gato no se hizo de rogar y salto hacia ella. Se acurrucó en su regazo mientras Dray le murmuraba:
—Todo está bien, nada malo te va a pasar.
Se preguntó qué hacía un gato dentro de la fuente. No tenía sentido, el mago hacía experimentos nuevos y eso parecía el resultado de un
simple hechizo de invocación… ¿O no? Ella no era muy versada en las artes mágicas, mas esto…
Un temblor empezó a recorrerla y pronto se dio cuenta de que provenía del felino. Lo miró y se dio cuenta de que su tamaño aumentaba por segundos. Lo
soltó espantada y pronto tuvo ante ella a un enorme y furioso tigre con dientes muy largos. El pánico la invadió y entendió el motivo de la advertencia de su amo. Un rugido la estremeció
de pies a cabeza y trató de encontrar una solución al problema. Retrocedió con la escoba entre sus manos, sabedora de que no le serviría de nada contra una criatura como aquella. El felino se dirigió
hacia ella con pasos lentos y confiados. Su mirada era de maldad, desprovista ya de toda ternura.
—Pócimas de transmutaciones —leyó Dray en la estantería de su izquierda y cogió la primera botella que tuvo a mano. No lo dudó ni un
segundo y la arrojó contra su adversario.
Un líquido verdoso salpicó al tigre, el cual no sufrió el menor cambio ni se detuvo en su andar. Dray cogió otro frasco, lo destapó y roció
nuevamente a la criatura. Nada, su segundo intento tampoco surtió efecto. Entonces recordó que las pócimas de transmutaciones se aplicaban a metales, no a seres mágicos.
Corrió a toda prisa por entre los estantes en un esfuerzo por llegar a las escaleras, pero el felino le interceptó el paso. Se movía con una velocidad asombrosa
y era obvio que no escaparía de sus garras. Empezó a retroceder. La escoba era sostenida inútilmente entre sus manos, se negaba a soltarla por una absurda sensación de seguridad. El tigre estaba
cada vez más cerca, casi olía su aliento y veía el reflejo de ella misma en aquellos ojos repletos de maldad. Había cometido la última equivocación de su vida.
Una luz iluminó de improviso toda la estancia, haciendo que el felino mirase en todas direcciones. Otros pasos igualmente decididos como los del tigre se acercaron hasta ellos.
—¡Vuelve a tu encierro, criatura maligna! —exclamó Towald Trigenistus.
El ser mágico empezó a disolverse en una nube de partículas que fluyeron por el aire hasta la fuente. Una vez estuvieron todas dentro, la tapa se colocó
sobre ella por sí sola.
Los aterrorizados ojos de Dray miraban al mago con temor, pues sospechaba que el castigo por desobedecerlo sería muy grande. Cuando el hombre se le acercó, ella simplemente
corrió a abrazarlo y llorar de emoción.
—Lo siento, mi amo, hice… lo que no debía —dijo mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
Trigenistus permaneció impasible unos segundos y luego dijo:
—No hay problema, pequeña. —Le acarició la cabeza con ternura—. En verdad, era una prueba, quería saber cuánto tiempo soportabas sin
mirar dentro de la fuente. Y has pasado la prueba muy bien, todos los otros ayudantes al segundo o tercer día empezaban a husmear.
—¿Lo dice en serio, señor? —preguntó ella, incrédula, abriendo y cerrando sus grandes ojos sin cesar.
—Por supuesto. La curiosidad humana es muy grande, yo también la tengo, aunque el saber controlarla nos hace un poco mejores. —Sonrió sin reparos y le apartó
un mechón de cabello del rostro—. Vamos, limpiemos este estropicio, que hay mucho trabajo por hacer todavía.
—Sí, señor —dijo ella y juntos partieron a arreglar los destrozos.