29 diciembre 2010

Mi tercer viaje al desierto



 No podía despedir el año sin contar mi última aventura en bicicleta.

Al fin, después de un año de espera y planificación, conseguí hacer mi anhelado viaje por la costa de la Tercera Región. Fue del domingo 14 al jueves 18 de noviembre. Y valió la pena: fueron las mejores vacaciones de mi vida, lo pasé shansho pedaleando por el desierto. Éramos sólo mi Negra y yo, abriéndonos camino por entre la soledad de día y de noche, topándonos en ocasiones con nadie durante toda la mañana o toda la tarde, salvo algún ocasional vehículo o lugareño que vive alejado de los demás. Yo quería disfrutar de un viaje tranquilo, olvidarme de todo y todos por unos días, y lo conseguí.

La crónica es larga y no tengo ganas de perder mucho tiempo subiendo todas las fotos que tomé, una labor lenta y tediosa en Blogger, así que les dejo el enlace en los foros en los que participo para que las vean todas; en el foro Bikemontt se puede descargar el zip con los archivos para el Google Earth y los GPS.

Acá mi reporte en los foros chilenos de ciclistas:

http://www.bikemontt.com/foro/topic/76240-caldera-a-huasco-por-la-costa/page__pid__1085499__st__0&#entry1085499


Y en el foro en inglés:

http://www.candlepowerforums.com/vb/showthread.php?303466-In-MTB-at-night-in-the-desert&p=3610345#post3610345

http://www.candlepowerforums.com/vb/showthread.php?303472-My-batteries-during-my-trip-to-the-desert

Espero que esto motive a más personas a subirse a la bicicleta y hacer cicloturismo, una forma muy entretenida y sana de conocer el mundo.

14 octubre 2010

Tactical flashlight

Esta es una historia que dedico a mis colegas flashalcólicos de CPF. Toda la terminología técnica es verdadera, esas “extrañas” baterías sí existen y son usadas actualmente. Sólo cambié los nombres de las marcas para proteger a los inocentes, je, je , je. Es un tanto ingenua en su desarrollo, advierto, pero hay un motivo para ello.

La linterna a la que hago alusión es una como ésta:



Tactical flashlight

Teobaldo Mercado Pomar

Inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual con el Nº 194.055

Cuando Osvaldo vio la caja sobre la mesa del comedor inmediatamente sintió una gran alegría en su interior. La linterna había arribado al fin, la espera de dos semanas (que parecieron dos meses) lo tuvieron muy inquieto hasta ese momento. Le dio las gracias a su padre, que había recibido el paquete, y partió a su pieza con premura apenas contenida. Cogió un cortacartones y sobre el escritorio procedió a abrir el envoltorio. Pronto quedó ante sus ojos la sencilla caja que contenía el preciado bien.


Finix L200
Tactical flashlight
Max 180 lumens
Two AA batteries

Era la primera linterna de verdad que poseía, toda una leyenda entre los exploradores y merecedora de más de un video en Youtube, provista de un potente led Cree Premiun Q5 que brindaba un potente haz de luz visible desde cientos de metros. Tenía seis modos de iluminación: Bajo, Medio, Alto, SOS, Turbo y Strobe, adecuados para casi cualquier situación imaginable. Y lo mejor era que funcionaba con dos simples baterías AA, nada de esas extrañas CR123, 18650 ó 17500, muy difíciles de encontrar en su país.

—Quiero verte en acción, preciosa —murmuró, poniéndole ceremoniosamente las dos pilas NiMh de 3000 mAh que ya tenía cargadas para la ocasión.

Apagó las luces y accionó la interna. En modo Bajo iluminaba bastante, en Medio más aún y en Alto hacía casi innecesaria la lámpara del techo. El modo SOS emitía tres destellos cortos y tres largos. Giró la cabeza y el modo Turbo lo sorprendió por su potencia. Un rápido apretar del botón de encendido y una serie de destellos continuos alumbró como las luces de una discoteca. Sonrió, complacido ante la compra, olvidándose del costo del aparato. Ahora sí poseía una linterna para salir de excursión con sus amigos y poder alumbrarse como era debido en medio de la oscuridad de la noche.

—Cómo me gustaría tenerte ahora conmigo, mi linda —murmuró y un aire de tristeza lo envolvió al recordar a Andrea, su amada, quien en las próximas semanas partiría a vivir a Australia. Esto opacó la alegría de lo recibido durante un largo minuto, al cabo del cual volvió a encender las luces.

Colocó la linterna en su mochila de camping, aunque luego lo pensó mejor y la dejó en la que llevaba al trabajo. No era necesario, sin embargo, prefería estar preparado ante cualquier emergencia. Se puso a leer el folleto de instrucciones y en eso estaba cuando lo llamaron a cenar. Partió a comer, no sin antes darle un último vistazo a su nueva adquisición.

* * * * *

La noche ya se había dejado caer cuando Osvaldo y sus amigos departían junto a la infaltable fogata de todo campamento. Ya habían comido, cantado y bromeado un buen rato.

—Ríete con más ganas, hombre —pidió Juan, su amigo del alma, palmeándole el hombro.

—Sí lo hago, tonto —replicó Osvaldo, intentando parecer más alegre, pero no pudiendo apartar a Andrea de su mente. En su interior se sentía un tonto por haberse enamorado tan profundamente de ella a sabiendas de que la mujer tenía planeado marcharse del país. Y se sentía más tonto porque ella nunca se dio cuenta de lo que él sentía, salvo cuando se lo planteó directamente. Bueno, así eran los sentimientos: impredecibles.

—¿Vamos a dar una vuelta al bosque? —preguntó Alvaro, quien siempre iba acompañado de Elvira, su novia.

En su interior, Osvaldo llevaba más de una hora esperando aquel momento, pues le permitiría demostrar la potencia de su nueva adquisición.

—Por supuesto —respondió Juan, extrayendo una gastada y anticuada FogLite de su chaqueta.

Los novios encendieron unas linternas semejantes, aunque de una marca desconocida, y cogidos de la mano encabezaron la marcha. Osvaldo sacó la suya y ante el asombro de los demás alumbró los árboles que tenían por delante diciendo:

—Por ahí está bien.

Los otros quedaron asombrados ante lo que veían.

—¿Qué chucha es eso? —inquirió Elvira.

—¡Medio foco! —exclamó Alvaro.

—¡Y tan chica! —dijo Juan.

Sin la menor modestia Osvaldo procedió a responder todas las preguntas que le hicieron, aprovechando de paso para demostrar las capacidades de la linterna. Luego, empezaron a caminar, internándose en el bosque.

—Qué buena idea la de venir acá —comentó Juan, sin dejar de mirar con cierta envidia a su amigo con el nuevo aparato de iluminación—. Hace tiempo que no salíamos de paseo.

—Valió la pena, compadre, la naturaleza siempre es relajante —dijo Osvaldo.

Caminaron una media hora antes de detenerse al borde de una pequeña quebrada. Discutieron acerca del mejor camino a seguir, decidiendo por intentar atravesarlo por la izquierda. Siguieron por un pequeño sendero apenas visible en medio de la vegetación, disfrutando de la vista de un cielo despejado, en donde las estrellas titilaban con fuerza. Al cabo de unos diez minutos se dieron por vencidos y volvieron sobre sus pasos. Todo el camino de vuelta al campamento charlaron animadamente, sin dejar de mencionar la nueva linterna de Osvaldo con regularidad. Se metieron en sus carpas y durmieron fatigados por la marcha del día y el paseo nocturno.

—Me acuerdo del fin de semana donde la tía Paulina —comentó Juan a la mañana siguiente mientras se servían el desayuno—. Esa vez en que mi primo... este... ¿qué es ese zumbido?

—¿Cuál zum...?

—¡Cállate! —interrumpió Osvaldo a Elvira.

El mencionado sonido era claramente audible por todos. Parecía provenir de varias direcciones a la vez. Osvaldo se puso de pie para tratar de identificar mejor su origen y empezó a sentirse mareado.

—Oye, si no has tomado nada —dijo Juan, parándose para sujetarlo, pero él también fue victima del mareo.

—Yo... no entiendo... —balbuceó Osvaldo antes de caer al suelo.

Los otros intentaron ayudarlo, mas también acabaron sobre la tierra.
Osvaldo trató de levantar el brazo derecho en un último esfuerzo por incorporarse, no obstante, una enorme pesadez se apropió de él y pronto perdió el conocimiento.

* * * * *

Abrió lo ojos de golpe y lo primero que descubrió fue que estaba en penumbras. Yacía sobre una loza de algo parecido al mármol y antes de poder indagar más una voz a su derecha dijo:

—Osvaldo, ¿estás bien? —Era Juan, quien se incorporaba a medias en una loza similar.

—Eso... creo —respondió, todavía algo mareado y confuso—. ¿Qué cresta pasó?

—Que me registren, loco, acabo de despertar acá...

—No se olviden de nosotros —pidió Elvira desde un rincón situado a la izquierda.

A duras penas se pusieron de pie para juntarse en el centro de lo que parecía una habitación circular, cuyos muros se conformaban de extrañas placas hexagonales.

—¿Dónde estamos? —preguntó Alvaro con temor.

—¿Cómo llegamos acá? —añadió Juan.

—No entiendo nada —dijo Elvira.

—Yo tampoco —exclamó Osvaldo.

Había varios focos empotrados en las paredes, desde los cuales una mortecina luz azul era irradiada. No alumbraban mucho, sólo lo suficiente como para poder caminar sin tropezar. A Osvaldo le recordaron las luminarias de los pasillos del cine. Miró su reloj y vio que ya eran las seis de la tarde, es decir, estuvieron casi ocho horas inconscientes.

—Ya despertaron —dijo de improviso una voz rasposa que parecía provenir del techo.

—¿Quién habla? —preguntó Juan, desafiante.

—Somos sus captores —respondió la voz—. Venimos de otro planeta para investigarlos. Estamos interesados en apoderarnos de vuestro mundo...

—¡Deja de decir huevadas y da la cara, maricón culiao! —exclamó Juan, haciendo gala del temperamento irascible que poseía.

La voz nada dijo y el cuarteto de amigos se miró en silencio durante un largo rato. Alvaro iba a decir algo cuando una sección del muro a su espalda empezó a abrirse. Todos miraron en esa dirección y pronto unas siluetas se destacaron. Bastaba ver la forma en que caminaban para darse cuenta de que algo anormal se aproximaba a ellos. Tenían más de dos metros de alto, se erguían sobre un par de piernas de tres articulaciones y el tórax era casi el doble de un ser humano. Gruesos brazos, cuatro de ellos, emergían a intervalos regulares y una enorme cabeza coronaba el cuerpo. Tres pares de ojos se repartían bajo una estrecha frente. Una nariz achatada sobre una boca de grandes colmillos remataba el aspecto feroz de aquellos seres,  todos cubiertos por lo que parecían ser delgados trajes azulados con algunas franjas negras.

—No puede ser —comentó Alvaro, abrazando a su novia.

—Tú eres el que interrumpió —dijo uno de los alienígenas, señalando con los brazos de la izquierda a Juan.

Otro de los seres apuntó algo semejante a un pequeño arco y al instante una poderosa descarga golpeó al hombre, arrojándolo algunos metros hacia atrás. Sus amigos corrieron a su lado.

—Duele —exclamó el golpeado, contrito ante lo que veía, mientras era sentado sobre el suelo.

—Cuando nosotros hablamos ustedes se callan, ¿entendido? —exclamó el más grande, que parecía ser el jefe.

—Enten... dido —aseveró Osvaldo, temblando de miedo por lo sucedido.

—Eso está mejor —dijo el extraño ser—. Dentro de poco vendrán nuestros científicos a buscarlos para hacerles pruebas y será mejor que acaten todas sus órdenes.

El grupo dio media vuelta y desapareció por donde había venido. El muro volvió a cerrarse, quedando tan aislados como antes.

—¿Siempre tenís que hacerte el valiente, huevón? —preguntó Alvaro.

—No... lo sabía, creí que...

—Ya no importa lo que creías —cortó Osvaldo—. Somos prisioneros de unos jodidos extraterrestres que van a experimentar con nosotros.

—No puede ser, no puede ser —dijo Juan, cogiéndose la cabeza con ambas manos—. Dios mío, esto no puede estar pasando, no a nosotros.

—Hay... Hay que mantener la calma —dijo Osvaldo. Miró en todas direcciones—. Tiene que haber una salida en alguna parte.

—¿Dónde? —preguntó Elvira.

Acomodaron a Juan sobre una de las lozas, comprobando que no tuviese nada roto (salvo un dolor en las costillas; pero no podían estar seguros de si era sólo por el golpe o algo más). Luego, palparon las paredes en busca de alguna abertura, una separación entre las placas, una grieta, cualquier cosa. Nada. El lugar parecía completamente sellado. Abandonaron la búsqueda y volvieron con su amigo.

—Vamos a morir —dijo Juan, pesimista.

—Mientras hay vida, hay esperanza —recordó Osvaldo, acomodándose la chaqueta en la espalda y notando que todavía tenía su linterna en el bolsillo derecho. La extrajo y la miró unos instantes.

—Genial, tu linternita mágica —comentó Alvaro, sarcástico.

Osvaldo tuvo una idea producto de las palabras de su amigo, la cual le iluminó el rostro de emoción. Lo pensó un poco y dijo:

—Sí, podría ser.

—¿Qué cosa? —preguntó Juan.

—Escuchen —contestó Osvaldo, bajando la voz y haciendo que los otros se acercasen a él—. Tanto la luz de afuera como la de este cuarto es escasa, o sea, ellos están acostumbrados a una menor iluminación. Sus ojos no reaccionarán bien ante un chorro repentino de luz, ¿entienden?

—Puedes encandilarlos con tu linterna —dedujo Elvira, sintiendo que una chispa de esperanza brillaba en ella.

—Así es. —Giró la cabeza del artefacto para activar el modo Turbo—. Si para nosotros es doloroso mirarla de frente, para ellos debe ser mucho peor, quizás les provoque una ceguera que dure horas. Cuando entren, los alumbraré y luego saldremos de aquí.

—Y una vez fuera, ¿dónde iremos? —inquirió Alvaro— Ni siquiera sabemos en qué lugar estamos.

—Esto debe ser su nave, ¿no? —exclamó Osvaldo, pensando con prisa— Con certeza todavía estamos en alguna parte del bosque. Miren, sé que es arriesgado, pero no perdemos nada con intentarlo. Ya oyeron lo que el fulano ése dijo: van a experimentar con nosotros. ¿Quieren que les metan sondas por cierta parte, les abran el pecho o les hurguen el cerebro?

Todos guardaron silencio, recordando aquellas historias acerca de cirugías hechas por extraterrestres y uno a uno asintieron con la cabeza.

—A ver si podemos apropiarnos de alguna de sus armas —dijo Juan.

En ese momento las paredes empezaron a abrirse de nuevo. Osvaldo les cerró un ojo a sus amigos y se volteó para enfrentar a los alienígenas.

—Vengan —ordenó uno de ellos, escoltado por otros dos provistos de armas.

Osvaldo encendió la linterna directo a los ojos de sus captores en un rápido movimiento que los abarcó a todos. Los tres chillaron de dolor, se taparon los ojos y cayeron al suelo presa de fuertes convulsiones.

—¡Vamos! —dijo Alvaro y se abalanzaron hacia la salida.

Juan le propinó una feroz patada en la cabeza a uno de los caídos y luego cogió el arma. La manipuló con rapidez en busca de una comprensión de su funcionamiento y al oprimir una protuberancia la descarga se activó.

—Por aquí —indicó Osvaldo, más preocupado de escapar que de buscar armas, apagando la linterna.

El cuarteto se escabulló por un largo corredor. Al llegar a una intersección se toparon de improviso con otros cuatro extraterrestres. Un barrido de la luz directo al rostro los mandó al suelo igual que los otros.

—¡Funciona! —exclamó Elvira, jubilosa.

—Esperen —dijo Osvaldo, oteando por el otro corredor—. Siento una ligera corriente de aire que viene de esa dirección.

—¿Será una salida? —preguntó Juan.

—Comprobémoslo —dijo Elvira.

Partieron apresuradamente, exigiéndole todo a sus piernas, literalmente como si el diablo les pisara los talones. Dejaron atrás metro tras metro hasta llegar a una amplia abertura que daba al exterior. Salieron a un claro en el bosque y —al voltearse— sólo vieron vegetación.

—Están camuflados —exclamó Alvaro.

—Vámonos antes de que den la alarma —dijo Osvaldo y reanudaron la carrera.

Apenas internados un centenar de metros en la foresta, unas potentes descargas de un rayo azul empezaron a asolar el bosque. Numerosas explosiones se produjeron mientras el cuarteto corría en medio de ellas. Fue una carrera terrible, el aire estaba cargado del calor de las detonaciones y las numerosas esquirlas que lo recorrían.

—¡Qué cabrones! —se quejó Alvaro.

—¡Vamos, crucemos la colina, al otro lado estaremos a salvo! —señaló Osvaldo, liderando la huída.

El castigo a la naturaleza prosiguió hasta que los fugitivos sobrepasaron la elevación geológica y quedaron fuera de su alcance.

—¡Lo hicimos, lo hicimos, no puedo creerlo! —gritó Juan, casi sin aliento luego de la carrera.

—Viviremos, todo gracias a ti —dijo Alvaro, palmeándole el hombro a Osvaldo.

—Gracias a tu linternita —añadió Elvira, sonriendo.

—¿Por dónde ahora? —preguntó Juan, mirando en todas direcciones.

—El volcán, allá —señaló Osvaldo—. El pueblo se encontraba hacia la costa, cerca de esos picos nevados.

—Estamos casi al otro lado del valle —dedujo Elvira.

—Vamos, tenemos que dar un rodeo muy grande y ya está oscureciendo —apremió Juan.

Volvieron a ponerse en marcha. Caminaron durante casi cinco horas, siempre alumbrados por la L200 en su modo Medio (más que suficiente para ver bien en la noche). Constantemente miraron sobre sus hombros a la espera de algún alienígena, pero nada vieron. Tuvieron que cruzar un riachuelo, lo que los dejó con las piernas entumecidas hasta las rodillas. Se arrastraron entre unas matas con espinas para luego llegar a una pequeña pradera. La atravesaron a toda prisa y arribaron a un camino de tierra. Lo siguieron en dirección a la costa y en menos de una hora llegaron al pueblo.

—Nos salvamos, nos salvamos —murmuró Osvaldo.

Era casi medianoche cuando el cansado cuarteto de amigos entró en el pequeño cuartel de Carabineros. El cabo de guardia los miró con recelo unos instantes. Osvaldo le explicó resumidamente lo que les había sucedido y, antes de que el uniformado insinuase que estaban borrachos, le mostró un arma alienígena y la disparó contra una vieja silla de un rincón. Esto hizo saltar de asombro al hombre y llamó al sargento, quien dormía en las dependencias interiores. El suboficial perdió todo su sueño cuando le mostraron el arma. Las horas siguientes fueron de mucha agitación en el lugar. Se hicieron numerosas llamadas a la ciudad más cercana, desde donde enviaron un equipo de investigadores en una camioneta. Una vez más tuvieron que repetir su historia y esta vez consguieron la atención de las autoridades. Otra unidad policial arribó al pueblo y poco más tarde lo hizo una compañía del ejército. Le pidieron a Osvaldo que los guiase al lugar y el hombre accedió, pese a su falta de sueño. Fue fácil reconocer el lugar, ya que los disparos de los extraterrestres habían dejado grandes huellas en el bosque. En cuanto los primeros soldados se acercaron al sitio fueron objeto de un furibundo ataque. De ahí en adelante todo sucedió en forma frenética. Se radió la posición del navío y una escuadra de aviones bombardeó el lugar, no sin perder tres aparatos antes de acabar con los invasores. El camuflaje de invisibilidad estaba destruido y así pudieron ver finalmente los restos del artefacto.


* * * * *


Osvaldo entró a su antiguo trabajo para saludar a sus ex compañeros. Todos lo recibieron con júbilo, pues ya era un hombre de fama mundial. Su valerosa acción al escapar de los extraterrestres y la detención de esa invasión dieron la vuelta al mundo en todos los noticiarios. La misma Finix le había pagado un dineral por aparecer en la publicidad de sus linternas, lo cual le hizo abandonar la empresa en donde trabajaba. A sus cuarenta y cuatro años el futuro se veía muy promisorio. El mismo mundo cambió radicalmente al descubrirse esa amenaza de otro planeta. Las naciones de la Tierra se pusieron de acuerdo en prepararse para defenderla y dejar de lado sus diferencias ideológicas. Ya no le parecía un lugar tan malo para vivir.

Pero su corazón seguía adolorido, aún recordaba a Andrea y la echaba de menos. Tendría que conformarse con no volver a verla, no tenía alternativa, aunque cada vez que escuchase a TD ella vendría a su mente.

—Pasa a visitarnos cuando quieras —dijo su antiguo jefe, dándole la mano al despedirse.

—No nos olvides ahora que eres famoso —pidió una mujer.

—Lo haré, lo haré —prometió y salió por la puerta.

Una multitud y una decena de periodistas lo aguardaban a la entrada del edificio. Se armó de paciencia ante ello y respondió lo mejor que pudo las preguntas. Estaba en eso cuando un rostro se destacó en medio de la gente. Era una mujer que lo saludaba agitando sus manos y sonreía de manera angelical. Sus palabras murieron a medida que ella se acercaba, abriéndose paso entre las personas. Los periodistas notaron a quién miraba y se hicieron a un lado.

—Andrea, ¿qué haces aquí? —preguntó Osvaldo, no pudiéndolo creer y ella lo abrazó con fuerza— Tú... Tú deberías estar en Australia.

—Mi lugar está donde está mi corazón y mi corazón está aquí, contigo —respondió, lo miró unos segundos y luego lo besó apasionadamente.

Osvaldo se dejó llevar por la caricia mientras la multitud aplaudía el hecho. Al terminar pasó sus manos por el rostro de su amada y, al borde de las lágrimas, dijo:

—No puedo creerlo.

—Yo tampoco podía creerlo cuando te vi en las noticias. Ahí supe que no podría vivir sin ti y me volví de Melbourne en el primer avión que encontré. ¿Todavía quieres estar a mi lado el resto de tu vida?

—Por supuesto que sí —contestó y nuevamente se besaron.

Al fin era feliz.


* * * * *


El hombre repasaba los indicadores de los pacientes de esa ala del hospital. Confrontó las cifras con las del dispositivo de mano que portaba, notando que todo iba bien. En realidad, hasta el momento nunca existió algún problema de gravedad, sin embargo, era mejor tomar precauciones.

—¿Todo sigue tan aburrido por acá como siempre? —preguntó una mujer que entró en la amplia sala.

—Igual —respondió y apagó el dispositivo de mano.

—Veo que éste terminó una de sus terapias —dijo la mujer, apuntando hacia una de las cápsulas que contenían un cuerpo humano.

—Sí, la número once. Salva al mundo, se hace rico y famoso y se queda con la chica, la clásica y cursi historia.

—¿Quién es?

—Un fulano cuarentón que coleccionaba linternas de principios de siglo. Su afición lo llevó a gastarse todo el dinero en ellas y acabó portando una media docena en todo momento, incluso al dormir. —La mujer se destornilló de la risa—. Sí, ríete; pero tenemos otros dos con la misma afición en el ala de al lado. Está de moda lo retro, así que con certeza habrán más pacientes similares.

—Bueno, la Psiquiatría Virtual los está curando al menos.

—Sí, se supone que primero al realizarles sus fantasías les da cierta confianza para enfrentar el posterior tratamiento de recuperación.

—¿Qué fantasías ha tenido este sujeto? —preguntó sin dejar de sonreír.

—Oh, varias, desde el ejecutivo exitoso hasta el semental incansable, incluyendo el escritor famoso y el superhéroe urbano... que se llamaba... ah, sí, Flashbikerman (el tipo era adicto a las bicicletas también).

Con esta última frase los dos rieron a carcajadas un rato.

—Este paciente, además, aprovecha de conquistar virtualmente una y otra vez a la mujer que lo ignoró —contó el hombre.

—¿Qué programa sigue? —preguntó la mujer, limpiándose las lágrimas de risa del rostro.

—Hay varios. ¿Quieres escoger uno?

—Ya —aceptó y revisó la lista del panel de control de la cápsula. Movió con el dedo la pantalla de arriba para abajo y escogió una—. Listo, cuando niña me divertí mucho con estas películas.


* * * * *


Andrea entró en el bar del lujoso hotel vistiendo un ajustado traje rojo que llamó inmediatamente la atención de casi todos los varones del lugar. Se paseó por la barra para escoger al que más le atrajese antes de pedir un trago. Llegó casi hasta el final, ignorando todas las miradas lujuriosas que los allí presentes le brindaron. De pronto, se fijó en un hombre de alrededor de un metro ochenta, con algunas canas, guapo, vestido con un smocking de corte impecable. Lo que más le llamó la atención fue que sostenía entre sus manos una Tark QF, aquella maravillosa linterna que sólo se fabricaba a pedido para clientes muy especiales. Se acercó a él, pues no podía tratarse de cualquier hombre, salvo que estuviese usando una imitación muy bien fabricada. A un par de metros notó el número de serie que el aparato llevaba impreso en su costado. Debía cerciorarse de que era legítima, se dijo, así que puso su mejor cara de conquista y dijo:

—Hola, lindo, soy Andrea. ¿Cómo te llamas?

El hombre, esbozando una sonrisa encantadora, respondió:

—Lumensbond, James Lumensbond.

09 septiembre 2010

Miles de pdfs gratis para descargar

Teobaldo Mercado Pomar

Inscrita en el Registro de Propiedad Intelectual con el Nº 176.458


Asunto: Miles de pdfs gratis para descargar

Estimado administrador:

He empleado este llamativo nombre de asunto solamente para atraer vuestra atención, ya que sé que está prohibido el dar enlaces de descargas ilegales.

Me dirijo a usted con la finalidad de estampar un reclamo y —a la vez— efectuar una petición a modo personal. Verá, sé que soy un simple bot, uno de esos seres virtuales que aparecen cuando hay grandes concentraciones de público (partidos de fútbol, festivales, eventos culturales al aire libre, etcétera). Sí, soy una de esas caras anónimas que se ven en la televisión de vez en cuando, ya sea aplaudiendo, gritando o cantando para complementar la escena y que no parezca tan vacía. Acepto el humilde papel que me ha tocado representar en este mundo virtual y, por qué no decirlo, me siento orgulloso de lo que soy. No he reclamado cuando me ha tocado correr huyendo del carro lanza aguas, ser azotado por un terremoto, tragarme el gas lacrimógeno en las concentraciones, sufrir los azotes de un mal sistema de locomoción colectiva o el par de piedras que los neo nazis me arrojaron, no, ya dije que asumo lo que soy.

No obstante lo anterior, veo que en el diseño de mi vida se han pasado por alto algunos elementos básicos que todos los demás bots tienen y yo no. A saber:

Estar siempre donde mismo, es decir, no tener siquiera una casa propia ni un empleo estable por más empeño que pusiera en ello.

Que todos los ascensos laborales y empleos bien remunerados sean otorgados a bots que no reúnen los requisitos necesarios.

Que nunca haya podido tener una relación seria con alguna mujer que amase (y que siempre me manden a freír espárragos sin haber hecho nada para merecerlo).

Sufrir percances que no posean ninguna explicación lógica (como la marca que se trasladó misteriosamente de un dedo para otro, las verrugas en cierta parte, la abertura en el cuello de la parka que desapareció como si nunca hubiese existido o el zumbido en la cabeza que no me dejaba dormir).

Por todo lo anterior es que solicito una revisión de mi estado para una mejora en mis condiciones de vida. Sé que no se le puede pedir demasiado a un algoritmo de creación de multitudes, pero igualmente considero que es injusto todo lo que he sufrido.

Atentamente,

Un Bot Frustrado.

Asunto: Re: Miles de pdfs gratis para descargar

Estimado Bot:

Como usted bien dice, no se le puede pedir demasiado a un algoritmo de creación de multitudes. Su encabezado solamente consiguió que fuera a dar a la carpeta de spam y recién ahora, meses después, vengo a ver el correo. Casi lo borro sin más, igual que los del tipo Agranda tu RAM, pero me picó la curiosidad por el remitente del mismo.

Espero que comprenda que nuestro sistema no posee las capacidades necesarias como para procesar su petición, nos es imposible preocuparnos de la calidad de vida de todas las creaciones virtuales que tenemos bajo control. Es probable que cuando se haga una actualización del sistema podamos corregir los defectos que nos menciona. Sin embargo, por el momento, ello no es posible, así que compórtese como un bot digno y prosiga con su vida cotidiana.

Sin otro particular,

El Administrador.

21 junio 2010

Cuando se fueron los vecinos

Observó a la mujer gorda meter apresuradamente una gran maleta en el portaequipaje del coche, encontrando divertida la manera en que ella empujaba el bulto. En cuanto terminó, se le unió la hija, una adolescente de dieciséis años que vestía unos pantalones sueltos y calzaba zapatillas chillonas. Ambas discutieron acaloradamente acerca de un bolso que la joven llevaba. La madre gesticuló y al fin lo arrojaron entre la maleta y el respaldo de un asiento. La pareja se veía tan estúpida como siempre, sólo faltaba el esposo y su eterna seriedad en todos los momentos.

Mientras volvían a la casa en busca de más pertenencias, recordó a los anteriores vecinos, mucho más normales, no tan... ¿cómo era el término de moda aquel?... frikis, eso, no tan frikis. Supuso que el bolso de la hija contendría la espantosa colección de música rock que guardaba —y peor aún, escuchaba— en su pieza. También supuso que en la maleta irían las figuritas de plástico que la madre tenía repartida por toda la casa (figuritas de extraños personajes de ojos grandes y pelos parados, además de otros con colas, garras y colmillos, toda una oda al mal gusto).

El padre se hizo presente acarreando un enorme estuche de esos en los que cabían quinientos CD’s, el cual iba hinchado y con su capacidad sobrepasada. Con certeza serían todas esas óperas que tenía en el estudio. Además, llevaba una gran mochila llena de ropa, desde la cual se asomaba el mango de un violín. El tipo se creía con talento para la música y —en más de una ocasión— lo había incordiado al son de lo que parecía una Sonata Para Gatos Borrachos. A veces se preguntaba si el sonido producido era porque usaba el agujero del instrumento para otros fines. Bah, ¿qué importancia tenía eso ahora? Se iban a toda prisa, eso sí era importante. Ya no tendría que soportarlos. Pero lo bueno era que solía molestarlos de vez en cuando a modo de desquite. Sonrió al recordar esos momentos en que les gritaba al oído cuando estaban junto a la verja que separaba las casas, haciéndolos saltar de susto. Y así como eso había más, aunque no parecía haberlos amedrentado en lo más mínimo durante los últimos tres años. Le pareció extraña la urgencia que tenían en esos momentos.

Bien, se iban, pero no podía resistirse a hacerles una última jugarreta. Se deslizó por sobre la verja y entró a la casa por la abierta puerta trasera. Escuchó al hombre poner el motor del vehículo en marcha, por lo cual se dio prisa al recorrer el pasillo. Alcanzó a ver la espalda de la mujer antes de percatarse de que la adolescente salía casi trotando de su pieza. Se colocó emboscado en la entrada de la cocina y, cuando la joven pasó a su lado, le acarició la espalda al tiempo que decía con voz cavernosa:

—Que te follen.

La afectada dio un grito y perdió el control, tropezándose antes de llegar a la puerta de la casa. Logró sujetarse de una mesita que había junto a la entrada, se giró y junto con escupir al aire gritó:

—¡Que te follen a ti, cabrón de mierda, púdrete en el infierno!

Tras lo cual abandonó la vivienda en medio de las carcajadas de su interlocutor. Entró en el automóvil y partieron velozmente hacia la calle. Se perdieron colina abajo, tomando la primera curva sin disminuir la velocidad.

Fue hacia el living, en donde un encendido televisor mostraba las imágenes de un político que daba un enérgico discurso frente a un parlamento a medio llenar. Le hizo un gesto obsceno, pues odiaba a los políticos desde el siglo anterior, y salió al ahora desierto patio delantero de la vivienda. El día estaba despejado y sólo unas lejanas nubes entorpecían la visión. Las demás casas del sector, en la ladera de la colina, se veían vacías. Más abajo estaba la ciudad, si bien lo que allí sucedía poco le importaba.

Bien, volvía a estar solo. No sabía cuándo vendrían nuevos habitantes a la propiedad y —lo más curioso de todo— se dio cuenta de que la familia había abandonado algunas de sus pertenencias. Qué diferencia con los anteriores arrendatarios, quienes se llevaron hasta el último periódico comprado; a esos sí los echaba de menos, pues en algunas ocasiones pudo llegar a conversar tranquilamente con ellos. Al irse les había deseado suerte de todo corazón.

Volvió a su casa, que ahora parecía más solitaria que de costumbre. Se quedó en la entrada, recordando todos los años vividos en ella. No solía ser nostálgico, no obstante, en ciertas ocasiones la soledad lo abrumaba lo suficiente como para añorar otros tiempos, otras personas, tanto parientes como amigos, que conoció en otro tiempo, otra vida. Un par de horas transcurrieron en medio de esos pensamientos, hasta que un trío de helicópteros pasó a toda velocidad por sobre la colina. Era extraño, nunca había visto a esas aeronaves comportarse así, además de que estaba prohibido el tránsito por esa zona residencial. Durante unos instantes pensó en quejarse, mas luego se dio cuenta de lo inútil que sería. ¿Quién le iba a hacer caso a un...?

Un súbito destello en la ciudad lo sobresaltó. Era un gran fogonazo enceguecedor que fue seguido por una enorme bola de fuego, la cual se expandió velozmente hasta consumir casi toda la urbe. No pasó mucho tiempo hasta que la onda expansiva azotó la colina, derribando las viviendas e incinerando sus restos. Miles de seres vivos cayeron bajo la deflagración, convertidos en cenizas al instante. El suelo tembló con una violencia nunca antes vista. Escombros y algunos vehículos fueron expelidos por sobre la cima de la elevación y arrojados al otro lado de ella. Un enorme hongo de fuego se creó sobre la ciudad. En menos de un minuto el paisaje estaba irreconocible.

Bajó los brazos que por instinto había subido para protegerse el rostro. Observó alrededor. Nada. Sólo restos carbonizados o en llamas quedaban de lo que una lejana vez fue su hogar. Las casas de los vecinos estaban en idénticas condiciones. Ningún ser vivo se movía por el lugar. Sabía lo que era la energía atómica; pero nunca se imaginó que la presenciaría en vivo... o, mejor dicho, en muerto.

Se preguntó qué diablos podría hacer un espíritu en una tierra devastada por un holocausto nuclear.

31 enero 2010


Hoy se cumplen treinta años de un concierto histórico que pasó casi desapercibido en el mundo entero. Se trata de la primera actuación de un grupo occidental en Alemania Oriental, acaecida en medio de la Guerra Fría. La banda en cuestión fue Tangerine Dream, compuesta por Christopher Franke, Johannes Schmoelling y Edgar Froese (su líder, que además es escultor). Su estilo era la música electrónica seria (mal llamada New Age y que casi nada tiene que ver con el Techno, Dance, DJ y similares), un estilo siempre dejado de lado en la escena musical mundial, salvo raras excepciones. También ha sido llamado rock electrónico, aunque de rock no encuentro que tengan mucho. No obstante, independiente de las etiquetas asignadas al estilo, lo importante es que fueron los primeros en actuar al otro lado de la Cortina de Hierro. Cabe destacar la curiosa postura de Edgar Froese, quien dice que no hace música electrónica; quizás por eso hoy en día componen en un estilo muy diferente al de antaño.

El grupo tardó dos años en conseguir el permiso para su actuación, siendo invitados luego a dar dos conciertos en el Palast der Republik, Berlín Oriental, el 31 de enero de 1980. El permiso se consiguió porque seguramente su música no se consideró “políticamente peligrosa”. En este lugar se hacían las sesiones parlamentarias y reuniones políticas del gobierno de la época. El 80% de las entradas se entregaron a oficiales y organizaciones ligadas al gobierno; el 20% restante se vendió en cinco minutos.

Los conciertos fueron un éxito total, inclusive casi un millar de personas quedaron fuera y empezaron a presionar las puertas de vidrio. Edgar Froese le pidió a los oficiales que los dejasen entrar para evitar problemas y así lo hicieron. El evento se editó con el nombre “Pergamon”, un disco con apenas dos pistas, pero llenas de la calidad que los caracterizaba. Empieza con un solo de piano a cargo de Johannes Schmoelling, para luego adentrarse en los melódicos caminos de los sintetizadores del grupo. El álbum es toda una sinfonía electrónica, típica del Tangerine Dream de aquella época, y casi completamente alejado del estilo comercial de la banda hoy en día. En Internet hay una tercera parte inédita dando vueltas y en una radio, a finales de los ochenta, escuché un trozo que era del mismo concierto (igualmente inédito).

Por desgracia, la prensa no se hizo eco de este evento histórico, pues apenas apareció una pequeña mención en un periódico al día siguiente. Por lo visto a ninguno le interesó contar esta noticia y fue así como pasó casi al olvido, excepto por los pocos que nos interesamos en este estilo.

Tangerine Dream es, para quienes no lo saben, un grupo precursor en la música electrónica en los años setenta y parte de los ochenta. Hasta el momento ha editado más de cincuenta álbumes, tanto en vivo como en estudio. Ellos y Klaus Schulze, ex integrante de la banda, crearon la Escuela Alemana de Música Electrónica, en donde el músico japonés Kitaro fue discípulo de Schulze. Sin embargo, desde 1990 se han decantado por un estilo más comercial, que poco o nada tiene que ver con el de los setenta y ochenta. Como sea, son un verdadero ícono en el movimiento electrónico mundial. Algunas de sus grandes obras son: Ricochet, Stratosfear, Tangram, Encore, Force Majeure, Hyperborea, Phaedra, Logos; así como algunas bandas de sonido: Sorcerer (El salario del miedo), Street Hawk (El Cóndor, serie de TV), Miracle mile, Thief. Su sitio oficial es:

http://www.tangerinedream.org/