02 octubre 2009

En bicicleta por el desierto


Por segunda vez fui al Desierto de Atacama, el más árido del mundo. La excursión del año pasado me dejó con gusto a poco y gracias a ella es que me arranqué nuevamente a esas desoladas tierras. Empero esta vez llevé a mi Negra, mi bicicleta mountain bike aro 26, provista de alforjas para llevar la carga más pesada. Temí que no funcionase bien, que sufriese algún percance mecánico inesperado (pinchazo de rueda, rotura de rayos, quiebre de los pedales, etcétera), sin embargo, se portó de maravillas. Quiero agradecer a la gente de Bike Ride, la tienda donde la adquirí, pues me vendieron una buena bicicleta y todos los accesorios que he comprado allí han sido buenos. Su dirección es San Diego 862, teléfono 6887727.




Fueron 148 kilómetros en cuatro días, desde Copiapó hasta Puerto Viejo, lugar desde el cual me dirigí a Playa La Virgen por la costa en medio de unas huellas dejadas por vehículos 4x4. Inclusive en una parte me fui por un sendero hecho por personas, viéndome obligado a subir a mi Negra a pulso por unas pendientes muy pronunciadas. Luego, me volví a Copiapó para pasar a saludar a mi amigo Alfonso que vive en dicha ciudad.




El desierto no me gusta, prefiero la vegetación del sur, no obstante, la tranquilidad que se disfruta en ese territorio es impagable. No hay ruidos, excepto los del viento que susurra incansablemente en la región. Basta con alejarse unos cientos de metros o menos de las carreteras para encontrarse a solas con la nada.



No es una experiencia recomendable para cualquiera, aquellos que no soporten la soledad o no estén dispuestos a dormir en una carpa o al aire libre deben abstenerse. Fueron días de alimentarse de manera simple y pedalear bajo un calor incesante, nada de una ducha al levantarse para luego tomar té con pan recién horneado, mantequilla o huevos revueltos; lo mismo para el almuerzo, la once y la comida.





Hay que procurar llevar mucho líquido, pues la deshidratación puede hacer estragos en uno. Debido al fuerte viento en contra que efrenté al empezar mi viaje, me demoré medio día más de lo calculado y, cuando retomé la carretera para volver a Copiapó, me quedé sin agua. Tuve que pedalear como diez kilómetros hasta que encontré un restaurante donde me abastecí de jugo. Cierto, no me iba a morir por eso, pero igual fue una experiencia desagradable.




¿Volvería? ¡Claro que sí! Espero el año que viene hacer el trayecto de Caldera hasta Huasco por la costa, para terminar en Vallenar y de ahí embarcarme a Santiago. A ver si puedo conseguir compañeros de ruta, pero lo veo difícil.



Por cierto, no sentí el menor miedo al pedalear en el desierto; más miedo me da andar en las calles de Santiago por los perros malditos, los automovilistas y los delincuentes.